- ¿Puedes hacer que la gente disfrute con el sonido de dos hojas cayendo?
- Si, claro
- A ver
- Si, claro
- A ver
Sintió como en su estomago se arremolinaba algo caliente y después de un suspiro empezó:
La tarde era tranquila. Un color violeta decoraba el reflejo en las ventanas, las nubes eran como visitantes de última hora que traían sus ropajes alborotados. En el parque hacía buen rato que las voces de parvulario habían desaparecido y ahora una brisa conversaba con los árboles y sólo el rumor de sus diálogos se escuchaba en este espacio. De pronto un altercado interrumpió la calma vespertina y resulto que el Cielo anunciaba, con arrogancia, que no había mejor espectáculo que el que él ofrecía. En lo que el Viento no estaba de acuerdo y le salió al frente con argumentos:
Por mi la vida se hace evidente al hacer que lo que toco se mueva de su lugar y sorprenda a quien vea mi trabajo. A través de mí las aves presentan el mejor de los bailes y puedo tener mil voces a la vez: a veces aguda, como una aguja de oro, y otras, grave, como la voz de un ogro de cuentos – acabo el caballero del eterno soplido.
Mis colores nadie los puede clasificar y las joyas más preciadas del mundo ya quisieran tener mis tonos, cálidos unas e intensos otras. Soy el telón de los amaneceres más soñados y de aquellas noches encantadas por las estrellas – dijo a su turno el señor de extensos celestes matinales.
Sólo con un suspiro tuyo Viento, dos de mis hojas pueden iniciar el más corto y eterno cortejo, teniendo como fondo un anaranjado encendido o el cariz plomizo más enamorado tuyo Cielo, para que, antes de acabar en el suelo, testimonien de su pasión en un último beso – musito un árbol.
La tarde era tranquila…
La tarde era tranquila. Un color violeta decoraba el reflejo en las ventanas, las nubes eran como visitantes de última hora que traían sus ropajes alborotados. En el parque hacía buen rato que las voces de parvulario habían desaparecido y ahora una brisa conversaba con los árboles y sólo el rumor de sus diálogos se escuchaba en este espacio. De pronto un altercado interrumpió la calma vespertina y resulto que el Cielo anunciaba, con arrogancia, que no había mejor espectáculo que el que él ofrecía. En lo que el Viento no estaba de acuerdo y le salió al frente con argumentos:
Por mi la vida se hace evidente al hacer que lo que toco se mueva de su lugar y sorprenda a quien vea mi trabajo. A través de mí las aves presentan el mejor de los bailes y puedo tener mil voces a la vez: a veces aguda, como una aguja de oro, y otras, grave, como la voz de un ogro de cuentos – acabo el caballero del eterno soplido.
Mis colores nadie los puede clasificar y las joyas más preciadas del mundo ya quisieran tener mis tonos, cálidos unas e intensos otras. Soy el telón de los amaneceres más soñados y de aquellas noches encantadas por las estrellas – dijo a su turno el señor de extensos celestes matinales.
Sólo con un suspiro tuyo Viento, dos de mis hojas pueden iniciar el más corto y eterno cortejo, teniendo como fondo un anaranjado encendido o el cariz plomizo más enamorado tuyo Cielo, para que, antes de acabar en el suelo, testimonien de su pasión en un último beso – musito un árbol.
La tarde era tranquila…