
Y es que todavía puedo recordar cuando, en vacaciones de la universidad, me sometía a disciplinadas rutinas de ejercicios en la casa de mi abuela. Todo empezaba con un trote sostenido desde el Colegio Militar Elías Aguirre hasta el malecón de Pimentel. Para luego, de manera casi sádica, sudar a litros con mis planchitas, canguros y abdominales.
Aún recuerdo como con una pesa recontra casera, reventaba las venas de mis, en esos días, “marcaditos” brazos. Ah!! me viene la nostalgia por cosas provechosas o buenas que hice alguna vez. Aunque por ahí le leí a alguien , creo que a Bryce, exponer su idea de que eso de ejercitarse es una reverenda perdida de tiempo porque, después de todo, todos nos pudriremos, musculitos más, musculitos menos.
Y ahora sin proponérmelo,y bueno para ser más sinceros por la simple dejadez, cada mañana me doy con el infeliz resultado de tanta desidia y es que frente al espejo empiezo a notar como va tomando forma la redonda protuberancia. En este caso estamos hablando de la clásica “panza de rata”. Aquella guata que aún puedes ocultar bajo la ropa, pero que expuesta, descaradamente, da fe del más vil sedentarismo.
Que me queda a asumirlo pues, ya estoy dentro de la cofradía guatita. Y hace mucho frío por las mañanas como para salir a correr, por lo menos en está época del año ( en realidad me levanto a las 6 para leer). Se me ocurre que la solución sería que uno de mis contemporáneos me animara a hacer algo para disminuir la flacidez de nuestras barrigas pero al igual que yo ellos también estarán esperando lo mismo, así que zanjamos este tema con aquella frase que me cae a pelo o a panza: si no puedes con ellos, úneteles.