
Si alguna vez te lo topas de inmediato vas a reparar en ese absurdo bloque de yeso de hospital que hace colgar, no sé como, de su gorra, atrás en su nuca. Es como una coraza pequeña sólo para protegerle el cerebelo.
Una vez me quede poco más que intrigado, al notar que en su espalda, por dentro de la polera roja que usaba, había una gran protuberancia, una joroba inexplicable. Deformidad que en los siguientes días desapareció.
Es inquietante no saber qué hace. A veces me lo encuentro por el paradero, indeciso, como si se estuviera arrepintiendo de ir a un lugar, como si de pronto se acordará de que no lo van a recibir o, peor aún, de que no tiene a donde ir.
Su cara es un verdadero ejercicio logrado de inexpresión. Lo que si es seguro es que las sonrisas no visitan sus carrillos desde hace mucho. Esta ausente, ido, pero totalmente cuerdo. Y es que sólo esa pequeña chispa de la lucidez es lo que le queda en los ojos.
Cuando paso por su lado trato de no quedarme mirándolo como un apestado, porque siento que es lo único que puedo hacer por él. ¿Está enfermo?, todo parece indicar que si pero, ¿qué enfermedad tiene? ¿qué lo aqueja?
Creo que vive solo. Al menos nunca lo veo acompañado. Es alto, larguirucho más bien, 38 años supongo.
Su apariencia espectral se me antoja como el resumen de todas las penas y angustias de la gente que vive por acá, es como si las absorbiera y por eso no se puede ir, porque es su tarea, su lucha, su condena.
No hay comentarios:
Publicar un comentario