
Pequeña niña, de mirada extrañada, traviesa chiquilla de rodillas siempre heridas, creciendo entre almas verdes y suspiros de nube. Larga cabellera ondulada que hoy extrañas, como extrañas jugar con tus hermanos y escaparte al cine con ellos sin que mamá se entere.
Linda estudiante de colegio católico que no rezaba en la formación porque asistía a la iglesia los sábados. Practicante de madre que atendía a sus hermanos menores. Te pasabas el tiempo deshojando días creyendo que la lluvia eran las lágrimas de ángeles berrinchudos que querían bajar a jugar a la tierra.
Para ti el amor llego un día del mar, así como él, impetuoso. Dejaste el arco iris y los relámpagos silentes por ir tras esa promesa de para siempre. Y empezaste a construir tu nuevo mundo con manos asustadas y tu poco más de 20 años.
Tus días se llenaron con tres voces que dependían de tu calor. Te olvidaste de tus sueños para empezar a fabricar los de ellos. Dejaste de lado tus sonrisas para hacerles cosquillas en el corazón y así, tal vez, nunca te olvidarían.
Estos tres visitantes, que crecieron bajo tus alas de paloma, guardan pequeños baúles de besos y soplidos en los raspones, ahora cuando les toca ser grandes. Unos de tus últimos regalos fue algo tan sencillo y bello, como sencillo y bello es tu corazón de durazno.
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