
Hoy me tocó almorzar por el centro. Entre a un reducido lugar por Izaga. Lo que parecía iba a ser una simple y aburrida comida solitaria se convirtió en un inesperado reality.
Llega una pareja y se sientan frente a mi. Siguen con la conversación ya iniciada en la calle y piden dos gaseosas personales. Ella, de cuerpo rollizo y cabello pintado, parece molesta y le increpa algo al pata de unos 45 años, quien le pide que baje la voz y no haga una escena alli.
Los dos están incomódos, pero por momentos, en su discusión, olvidan que los están viendo y cuando lo recuerdan voltean la mirada al mismo tiempo, culpables. Luego de un rato de reclamos asolapados, de una billetera negra y desgastada, él sacó un billete de 50 soles e hizo el ademán de entregárselo. La mujer lo miro indignada y el papel rectangular quedo en la mesa, cerca de ella.
De pronto el hombre hizo una mueca de fastidio, pagó y salieron. En la vereda casi no se despidieron, el tío se fue por la izquierda y cuando habían dado un par de pasos la mujer volteo diciendo “¿Cuándo te llamo?”. No hubo respuesta. En ese momento la vi tan sola, tan vulnerable. Volteo a mirarme y en sus ojos la cólera se mezclaba con pena y desengaño. Se fue por la derecha.
El segundo caso de este reality lunch (qué guachafo puede llegar a ser uno) se inició con la llegada de un niño gordito y risueño con la camisa escolar sudada y fuera del pantalón. Tras él llegaron sus papás y su hermana menor de similar contextura. Los señores escogieron la mesa a mis espaldas, quedando sus hijos frente a mí. Pidieron el menú (que por cierto estaba horrible: sopa de chochoca con ají de gallina como que no va).
Cuando en eso la niña se para y va hacia donde papá y mamá pidiendo algo entre dientes y lo único que recibió fue un jalón de regreso y dos pellizcos en el brazo que hasta yo los sentí.
Escuche la voz del padre reclamando que no era el lugar pero mucho caso no recibió. “Ya estoy harta de que no estes quieta” se justificó la madre. La pequeña ya reincorporada en su silla, comenzó con un llanto silencioso de ojos rojos y labios hacia abajo. Su hermano, frente a ella, bajo la cabeza. La niña se dio cuenta que yo la observaba atento, tal vez demasiado. Se quedó mirándome con lágrimas contenidas aún, como pidiéndome auxilio.
En ese momento repare en el sonido del televisor que tras de mi contaba la novela mexicana de las 2p.m. Sin embargo en todo ese rato tuve dos capítulos en la pantalla de la realidad. Pague y salí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario